José Antonio Bastos, durante la entrevista./ Joaquín Pino
El responsable en España de Médicos sin Fronteras advierte que una parte de la raza humana preocupada por sus finanzas no puede abandonar a su suerte al resto.
PEDRO INGELMO / CÁDIZ Es exquisitamente amable, pero a José Antonio Bastos (Jaca, 1961) la rabia contra un mundo sin arreglo le corre por dentro, un mundo del que él dice tener una visión sesgada "porque sólo conozco lo peor". El presidente español de Médicos sin Fronteras no se las da de héroe. Es un profesional que desde 1991, cuando acudió a socorrer al pueblo kurdo, hasta 2010, como testigo de la devastación del terremoto de Haití, no ha parado de sumergirse en el sufrimiento humano. -De médico de familia a médico sin fronteras.
-Me hice médico por romanticismo. Mi trabajo de médico de familia en Barajas me encantaba, pero me sentía incómodo con las noticias que leía un día tras otro. Eran los años 80, el sida avanzaba, las guerras se multiplicaban... Decidí que tenía que dedicar todo mi tiempo a estar en esos lugares en los que se sufría tanto.
-¿Qué opinión tiene de las restricciones de la atención sanitaria a inmigrantes?
-Me siento muy orgulloso de todo ese movimiento de objeción de los médicos españoles que muchas veces se han visto tan contaminados por lo comercial. Es un choque que en tu casa unos tengan más derecho a la atención que otros. La vida puede convertirse en un infierno por no tener acceso a un sistema regular de salud. Enfermedades fáciles de curar en una primera fase pueden complicarse y ser un problema serio no sólo para la población afectada, sino para todos.
-Hay casos de malaria en Grecia. Esta crisis parece dispuesta a abrir la puerta a las epidemias.
-El caso de Grecia tiene de particular que no está originado por visitantes, sino por mosquitos griegos. Es un síntoma directo del cambio climático, por un lado, y del colapso del sistema de salud por otro, que no es capaz de tomar medidas preventivas con los más desfavorecidos por falta de recursos.
-¿Podría pasar en España?
-No creo. Aún con recortes la sanidad española es muy buena.
-Médicos sin Fronteras vive de sus socios. Notarán la crisis.
-Hasta hace poco apenas la hemos notado. Ahora un poco. La gente que se ha quedado sin trabajo nos llama para reducir su cuota, pero no para darse de baja. Somos medio millón.
-Su centro de trabajo es lo peor del mundo. La muerte es su compañera. Cada vez que va a una misión sabe que la verá.
-Todos los médicos vivimos cerca de la muerte, lo que pasa es que se hace intolerable cuando se trata de un niño que no ha podido comer lo suficiente. En África los niños se mueren por diarreas. Es el punto más bajo de lado oscuro del sufrimiento humano. Es la sinrazón.
-En la guerra también sana a los verdugos. Le revolverá las tripas.
-Los asesinos suelen gozar de buena salud. Mire, hay gente que hubiera preferido no tratar, pero nuestra organización es inocua por obligación. No interferimos en sus guerras porque sino no nos dejarían estar en ellas. No tenemos armas, ni fuerza. Tenemos que ser aceptados por los verdugos para poder curar a inocentes. La justicia no es nuestro papel en una guerra.
-Pero son testigos de hechos atroces. Los denunciarán.
-No como organización. Lo podemos hacer a título individual en un tribunal internacional. En ocasiones, como en Ruanda en 1994, cuando decenas de miles de civiles fueron asesinados a machetazos, nos decidimos a hacerlo. Dijimos que aquello era un genocidio, pero la intervención internacional, la respuesta a nuestra denuncia, no fue ejemplar. Otras veces no lo hemos hecho porque hubiera supuesto nuestra expulsión y dejar abandonada a su suerte a la población. En Sri Lanka, por ejemplo, nos comprometimos a no hablar para que nos dejaran entrar. En Etiopía hicimos lo contrario y nos echaron de los hospitales.
-¿Cuál es ahora el punto geográfico más dramático del planeta?
-Hay tantos... Somalia es lo más difícil. Su guerra civil data de 1992. La nuestra duró tres años y figúrese lo que pasó. Pues allí llevan veinte. La vida diaria de un somalí consiste en violencia y hambre.
-La multinacional farmacéutica Novartis mantiene una batalla legal contra los genéricos de la India, la farmacia de los pobres.
-Qué injusto. Entiendo que la investigación requiere dinero y que una empresa no tiene por qué ser caritativa, pero hay lím ites entre el bien público y el privado. Si Novartis consigue detener la fabricación de genéricos en la India, al final se producirá desabastecimiento de simples antibióticos para millones de personas. Qué paradoja que una industria creada para salvar vidas sea el detonante del dolor.
-¿Qué causa de muerte le resulta menos explicable?
-La desnutrición. Somos bomberos humanitarios, acudimos a los sitios cuando ya han saltado todas las alarmas. Somos el último mecanismo. Sería tarea de las organizaciones internacionales la prevención para evitar epidemias y hambrunas. Es muy difícil cuando tienes que detener la malnutrición de 30.000 niños en una misma zona. ¿Cómo podemos llegar a eso?
-¿Y qué hacen?
-En nutrición hay grandes innovaciones. Llegamos a zonas en los que los niños tienen un tercio de su peso y entonces aplicamos el plan. Es una cadena. Primero alimentamos en pequeños hospitales y, a continuación, conseguimos que los padres aprendan a hacerlo en sus poblados. Hay un alimento listo para usar hecho de puré de cacahuete y leche en polvo que no necesita agua y es muy nutritivo. Creamos poco a poco una red en colaboración con la población local que nos permite llegar a muchos niños.
-Generando confianza.
-Claro. En Níger a la malnutrición se suma la diarrea, la malaria, el sarampión... Aprovechamos la visita de un niño para realizarle una revisión completa, de arriba a abajo. No nos limitamos a alimentarlo. Es un efecto multiplicativo que extendemos al personal de salud local y, cuando es posible, colaborando con los ministerios de sanidad con programas preventivos.
-Con el sida damos pasos atrás.
-¿Pasos atrás? La crisis nos está precipitando por la colina. En los 80, los enfermos de sida eran unos apestados y se logró con los retrovirales que dejara de ser una enfermedad dramática. Retamos a la industria farmacéutica con genéricos y lo extendimos a todo el mundo. De 15 millones de enfermos pasamos a ocho. Cuanto más se trata, menos se propaga. Si los países que ya se han comprometido a la lucha contra esta enfermedad incumplen en sus inversiones a estos planes regresaremos de manera inexorable a la situación d e los 80.
-Pues el Gobierno español ha reducido la ayuda de cooperación al mínimo.
-Si el discurso que se quiere alimentar es que no hay dinero para cooperación para poder pagar las pensiones se trata de una justificación que no se sostiene. Comparamos cantidades en una escala de uno a mil. No se excluye una cosa de la otra. Es una obligación, una responsabilidad de los gobiernos con los seres humanos. El Gobierno tiene una obligación con las poblaciones marginales españolas y también, en su parte proporcional, con el exterior.
-Lo que se dice es que si no hay para los de dentro...
-Si un médico se enfrenta a un enfermo de neumonía y a otro de apendicitis no puede decir sólo trataré la neumonía y el otro que se muera. Tendrá que tratar las dos. Pobre raza humana si una parte de ella, la más rica, se preocupa de sus finanzas y deja pudrirse al resto.
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