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lunes, 13 de agosto de 2012

Hoja Diocesana nº 667


Iglesia Española Reformada Episcopal
(Comunión Anglicana)
Hoja Diocesana Nº 667

Oficina diocesana: C/ Beneficencia,18
28004 MADRID.

Domingo  12  Agosto de 2012        
Decimo después de Trinidad
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Lecturas Bíblicas Dominicales
Profecía:                    Eclesiastés, 4, 1 – 4.
Epístola:                    1ª Corintios 12, 1 – 12.
Evangelio:                Lucas, 19, 41 – 47.
Himnos propuestos
Nº 162: Al trono majestuoso
Nº 177: En tu nombre reunidos.
Nº 304: Gloria al Altísimo
Nº 164: Bendice, corazón.
Lecturas Bíblicas para la semana

Lunes: 2 Co 10 / 2 R 23.35-24.20 / Hab 1
Martes: 2 Co 11 / 2 R 25 / Hab 2
Miércoles: 2 Co 12 / 1 Cr 1-2 / Hab 3
Jueves: 2 Co 13 / 1 Cr 3-4 / Sof 1.
Viernes: Jn 1.1-18 / 1 Cr 5-6 / Sof 2
Sabado: Jn 1.19-34 / 1 Cr 7-8 / Sof 3
Domingo Jn 1.35-51 / 1 Cr 9 / Hag 1-2
Profecía: Eclesiastés, 4, 1 – 4

Me volví y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aquí las lágrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba en la mano de sus opresores, y para ellos no había consolador.  Y alabé yo a los finados, los que ya murieron, más que a los vivientes, los que viven todavía.  Y tuve por más feliz que unos y otros al que no ha sido aún, que no ha visto las malas obras que debajo del sol se hacen.  He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.

Epístola 1ª de Corintios 12,   1  -  12

 No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.  Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos.  Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.  Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.  Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
Evangelio  San Lucas, 19, 41 – 47.

 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,  diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.  Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán,  y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación. Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él,  diciéndoles: Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle.
Reflexión del Evangelio

Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos, se alegraba con las buenas noticias de sus discípulos y se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual que nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues Él pasó por los mismos estados de ánimo que experimentamos nosotros.

Aquí le vemos llorar por Jerusalén, la ciudad del pueblo elegido, con quien Dios estableció su Alianza. Desde hacía siglos había escogido a Abrahán y a sus descendientes, confió a Moisés la misión de sacar al pueblo de la esclavitud, le dio un Decálogo, le guió con amor, le envió profetas y le preparó para la venida de su Hijo. ¡Cuánto esperaba Dios de ese pueblo! Sin embargo, vino Jesús a este mundo “y los suyos no le recibieron”.

La historia de Israel puede ser muy bien nuestra historia. El Señor pensó en cada uno de nosotros y nos dio la vida a través de nuestros padres. Luego nos hizo sus hijos adoptivos en el Bautismo. Y no ha cesado de derramar gracias para que seamos santos... Sin embargo, somos como la Jerusalén por la que Jesús lloró: fríos, insensibles a todos estos dones. ¿Cuántas veces meditamos en el sacrificio que hizo Jesús en la cruz por nuestros pecados (los de cada uno)?
Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas de Jesús. Vamos a acogerle y a poner en práctica su mandato -el de la caridad con todos-, pidiéndole que perdone nuestras infidelidades y nos dé a conocer “su mensaje de paz”.

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