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jueves, 27 de diciembre de 2012

Sermón del día de Navidad del Arzobispo de Canterbury



El cincuenta y nueve por ciento de los británicos se describen a sí mismos como cristianos, cosa de la que nos ha informado el censo que se realizó hace un par de semanas, esto es un doce por ciento menos que hace diez años. Por supuesto esto causo una gran alegría en un par de organizaciones que están en contra de lo religioso, pero si yo fuera un miembro de la Asociación Humanista Británica, quizás debería hacer alguna reflexión antes de mostrar mi excitación por el resultado. Sigue siendo cierto que tres cuartas partes  de la población se identifican con alguna forma de fe religiosa. Y lo que el censo no recoge porque quizás no pueda medirse es qué y cómo piensan de la religión los que no se identifican con lo religioso, acaso ¿nunca lo pensaron? ¿no les gustaría creer en algo? ¿ven a la religión como un problema para el curso de la sociedad?. A raíz del voto contra la ordenación de mujeres obispo del último Sínodo de la Iglesia de Inglaterra, el mes pasado, lo que resultó sorprendente fue el revulsivo que resultó para la Iglesia que buscaba credibilidad y sin embrago tuvo una verdadera sensación de perdida por ello dando la sensación de no poner al día sus asuntos, pese a ello fue sorprendente la cantidad de gente que participó en el censo votando si.




Hay muchas `preguntas que debiéramos hacernos antes de creer que la fe está perdiendo espacio en la sociedad. Pero, y esto es lo difícil, ¿y si el resultado de la encuesta hubiera sido peor? o si empeora en los próximos años. Llegaremos a la conclusión de que la fe, y más concretamente la fe cristiana ha llegado a su fin ¿deberemos renunciar a ella?. La respuesta es un rotundo: NO: podríamos decir que habremos hecho un pobre trabajo de comunicación, podríamos lamentar la enorme pérdida que supondría para la vida pública y para el servicio público involucrado en el debilitamiento de la fe. Pero de ahí no podría concluirse que la fe se hubiera convertido de repente en un imposible o en algo no creíble.

La fe no tiene que ver con lo que la opinión pública decida, tampoco de cómo la sentimos nosotros mismos. Es la respuesta que hacen las personas a lo que está presente en ellos como una realidad, una realidad que les reclama, Aquí hay algo tan extraordinario que interrumpe nuestro mundo, es algo que (como en el relato de Moisés ante la zarza ardiente) hace que vosotros os volváis a mirar irresistiblemente. La fe comienza en el momento de esa parada del mundo a su alrededor, se podría decir que cuando usted nota que ya no camina como lo hacía antes. Pero aún es más poderosa, porque la fe reclamará de vosotros un cambio, incluso una pérdida. Si esto es realmente como parece ser , las ideas, los hábitos, todo será cambiado y será probablemente un cambio doloroso. En el poema de Navidad más inolvidable en lengua inglesa (El viaje de los Reyes Magos) TS Eliot, imaginando a los tres sabios en su viaje de vuelta a casa dice que éstos  'no longer at ease here in the old dispensation'', y se preguntaban si lo que habían presenciado era el nacimiento o la muerte.

... Yo había visto el nacimiento y la muerte,
Pero había pensado que eran diferentes, lo que al nacer
Agonía dura y amarga para nosotros, al igual que la muerte,
nuestra muerte.

Sin embrago, los sabios no pueden negar que han visto lo que han visto: lo que realmente hizo que el viaje y que lo que realmente vieron les convenciera de que había valido la pena hacerlo. Fe: un reclamo, un choque, una muerte, una vida.

''Fue, pueden decir ustedes, satisfactorio'', dice el sabio de Eliot, en una obra maestra del eufemismo. Los sabios encontraron lo que estaban buscando y no era en absoluto lo que ellos creían estar buscando. El Evangelio cristiano declara firmemente dos verdades igualmente necesarias. Jesús es la esperanza de las naciones, Jesús es lo que los pueblos de la tierra realmente anhelan ver, la persona ante cuya presencia se curan todas las heridas y dolores. Y Jesús es una sorpresa, tan extraño que es irreconocible para quienes deberían esperar para darle la bienvenida. Él hizo el mundo, dice San Juan, y Él habló de su historia, pero en el mundo no había sitio para Él y los expertos en la revelación y la pureza religiosa se apartaron de Él (Juan 1, 10-11) Nunca se debe abrir el Nuevo Testamento sin recordar que los sabios y la jerarquía religiosa del Templo se apartaron de Él porque el ven como un enemigo. Ellos no quieren interrumpir la seguridad de su cotidianidad.

La verdad de Dios es la presencia más reconfortante y alegre que podamos imaginar, y también la más exigente y desconcertante. Hay una famosa historia del Antiguo Testamento (2 Reyes 5) sobre el gran líder militar y más feroz enemigo del antiguo Israel, que busca al profeta Eliseo para ser sanado de su lepra, y el profeta le dice que sólo tiene que lavarse en el río. Él se muestra indignado porque piensa que debe hacer algo más difícil y heroico para ello, pero el profeta le contesta que no, que es muy simple: ''Ve a lavarte a donde el común de la gente humilde a lavarse después de un día duro de trabajo, o a donde se golpea la ropa en las piedras para lavarla. Ve y únete al resto de las personas y reconoce quien eres. Ese es el verdadero heroísmo y lo más difícil''.

Es un presagio de la invitación al Nuevo testamento: arrepentirse, creer y ser bautizado. Date la vuelta y mira donde antes nunca has mirado, confía en la persona que te llama y colócate bajo el agua de su desbordante compasión. Está con Él. Únete a la nueva raza humana, vuelve a creer en el espíritu de amor mutuo y en el deleite del servicio a los demás.

¿Si Jesús nos resulta extraño y amenazante, no es eso (el Nuevo Testamento así lo sugiere) una señal de lo lejos que estamos de la verdadera humanidad, de la honestidad y la realidad de nuestras debilidades y límites? ''Yo soy el gran sol, pero no me ves'', este es el comienzo de otro poema maravilloso de Charles Causley. Estamos tan fascinados por nuestros propios asuntos, se llamen religiosos o no, que nos resulta ''una agonía dura y amarga'' volver nuestro rostro y buscar la quietud para mirar el verdadero amor. Si pensamos en la religión, tal vez podamos pensar en ello como un conjunto de respuestas claras a nuestras preguntas, o como en un sistema ritual y moral de conducta, o como una forma interesante de encontrar respuesta a problemas para quienes buscan fuera de lo ordinario. Pero Jesús no viene sólo para responder a las preguntas por importantes que las creamos. (Una de las grandes características de todos los evangelios, especialmente el de san juan, es lo frecuente que Jesús se niega a responder a la pregunta que se le hizo y responde con otra pregunta) Él no viene a darnos un conjunto de técnicas para mantener feliz a Dios, y desde luego no viene a crear un excéntrico pasatiempo inofensivo para mentes especulativas. Él viene a hacer una nueva humanidad, para crear nuevas posibilidades para estar en paz con Dios y entre nosotros mismos, y lo hace convocándonos a estar con Él.

No debe sorprendernos, pues, si todo esto no nos hace populares y no conseguir votos en un censo. Si el pueblo duda en llamarse a sí mismos cristianos, quizás se deba a porque se reconoce la extrañeza y la tenacidad en la afirmación de que la fe cristiana no debe tomarse a la ligera. Y sin embargo, muchas personas todavía lo hacen y quieren ser llamados por su nombre de pila, lo que significa que que de alguna manera están donde consideran que deben estar, donde es natural estar -en compañía de este hombre, Jesucristo, escuchando su palabras, aunque quizás desviándose de los misteriosos acontecimientos de su vida, muerte y resurrección-. Pero lo que sí podemos asegurar es que el éxito de la fe no está basado en los números de un censo porque a veces esto parezca que funciona y otras no, Podemos y debemos intentar, tan duro y con toda la imaginación que podamos, compartir la fe, pero no hay que desanimarse porque no eche raíces a la velocidad que quisiéramos. Tenemos, después de todo, que hacer algo que resulta más bien escandaloso, pidiéndole a las mujeres y hombres que paren sus vidas y miren atrás y aprendan a acompañar a una figura cuyos contornos a veces vemos vagamente.

Sin embargo, cuando se vive una una vida que muestra lo que esta empresa quiere decir, el contorno se vuelve menos tenue y la gente empieza a reconocer como normal esa vida en la que no parece normal la respuesta  a las cosas que suceden en la misma. Cuando la gente responde a la crueldad y a la violencia atroz con una disposición, duramente ganada, a la comprensión y a la reconciliación, pocos pueden decir que todo esto en lo que creemos es pura ilusión. Los padres que han perdido a sus hijos víctimas de las peleas de pandillas; la esposa que ha visto a su marido asesinado por una turba por ser cristiano en la India; la mujer que ha luchado durante años para comprender y aceptar la violación y el asesinato de su hermana; los amigos israelíes y palestinos que se han reunido por el hecho de que han perdido familiares en el conflicto y la injusticia que todavía asola Tierra Santa -todas estas personas que son concretas y que he conocido a lo largo de estos diez años como Arzobispo- y su disposición a explorar la nueva humanidad que nace del perdón y de la reconciliación sin olvidar en ningún momento la pesadilla del sufrimiento propio o ajeno, o tratar de explicarlo, éstos son los que nos hacen ver y parar a un lado y mirar, como si estuviéramos ante una zarza ardiendo y que no se consume. Y al mirar a Jesús, quien  nos pide inicialmente sólo que nos paremos y reflexionemos, para permanecer un momento bajo la luz que nos permite vernos a nosotros mismos con honestidad y ver el mundo que nos rodea de otra manera.

Ese es el corazón de la misma, vernos a nosotros mismos honestamente, ver el mundo de otra manera. Ahí es donde comienza la fe, más allá de las respuesta por sistema, o de la disciplina de un ritual, o las disposiciones de un código moral. Estos tienen su lugar, pero los que pasan el tiempo en compañía de Jesús se encuentran llevando a cabo todas las cosas a la luz del testimonio bíblico de la nueva vida. Pero todo comienza parando a un lado del camino y mirando atrás para ver el discurrir del mismo. Y para algunos, quizás para  muchos, es demasiado arriesgado y quizás quieran alejarse. San Juan describe precisamente esto en otro capitulo de su Evangelio (al final del capítulo 6), donde quienes escuchan a Jesús dicen que sus palabras son demasiado para ellos, demasiado exigentes, demasiado extrañas, demasiado ofensivas. Sin embargo si pudiéramos dejar de lado nuestras preguntas, prioridades, preocupaciones y que nuestros logros y fracasos no son, después de todo, lo más importante del universo, si encontramos la libertad de parar y hacernos a un lado y reflexionar entonces el mundo si se convierte en un mundo renovado para nosotros. ''Venid, adoremos'', dice el villancico. Esa adoración, esa mirada escrutadora al niño del pesebre, es donde nace la fe, así es el nuevo mundo de Jesús y de su Espíritu.


Fuente: Anglican Comunnion News Service
Edición: Gabinete de Comunicación-Iglesia Anglicana de España (IERE) 

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