«En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote llamado Zacarías, miembro del grupo de Abías. Su esposa Elisabet también era descendiente de Aarón. Ambos eran rectos e intachables delante de Dios; obedecían todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril; y los dos eran de edad avanzada».
Lucas 1.5–7 – nvi
Eran dos personas ancianas; ambas descendientes de la tribu de Aarón (de la casta sacerdotal) y, lo más importante, reconocidas por actuar con rectitud y por ser fieles observantes de los preceptos del Señor. Credenciales suficientes para creer que no experimentaban problemas, pero los tenían. También los justos viven la vida entre frustraciones y alegrías.
Ella, Elizabet, era estéril, tal como Sara, Rebeca, Raquel, la madre de Sansón, también la de Samuel y tantas otras que padecieron la discriminación social y lucharon contra la duda de pensar que Dios se había olvidado de ellas.
Siendo una persona de avanzada edad, le resultaría difícil esperar que se le cumpliera el sueño de su vida: tener un hijo. Hay edades para alimentar ciertas ilusiones, y otras para olvidarlas… comentan los realistas.
Pero, cuando ya no había nada que esperar, llegó el milagro. Zacarías fue sorprendido por la visita del ángel Gabriel, quien le anunció que su esposa tendría un hijo. ¡Para no creerlo! Tan sobrecogedora fue la sorpresa que el anciano sacerdote reaccionó como cualquier persona normal, con incredulidad y temor (1.18).
El nombre de él, Zacarías, significa el Señor se acordó. Se acordó para darles el regalo inesperado de Juan el Bautista, quien fue el predecesor de Jesús. Nunca es tarde para esperar lo que humanamente ya no es esperable. Mientras quede vida, siempre debe alimentarse la esperanza.
Para seguir pensando:
«La esperanza vieja es la más dura de perder».
Elizabeth Barrett Browing (poetisa inglesa, 1806–1861)
Oración:
La falta de sentido y la pérdida de la esperanza son dos de los grandes males de nuestra época; se pierde la esperanza estando aún muy joven. Pidamos al Señor porque en la juventud se afirme la esperanza en que por fin nacerá, por la operación del Espíritu de Dios, un nuevo día en que Cristo triunfará y establecerá en nuestro país la justicia, la paz y la vida plena del reino de Dios.
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