Adviento- Esperanza compartida, alegría segura
«Entonces dijo María: —Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones…».
Lucas 1.46–48
«Bienaventurada entre todas las mujeres, bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús», palabras que proceden de la boca de Elizabet, cuando María la visita en su casa, en las montañas de Judea. Las dos mujeres se encuentran, celebran y glorifican a Dios porque en sus vientres crecen señales de la acción de Dios en la historia. El bebé de Elizabet se une a la fiesta y salta dentro del vientre (1.44).
La esperanza, cuando se comparte con otros, se convierte en alegría. La esperanza no es una gracia para saborear en los rincones de nuestra intimidad; es para vivir en comunidad, sobre todo aquella que proviene del Dios Trino quien es, en sí mismo, comunidad plena.
María se regocija porque el Señor la ha escogido para que por medio de ella venga el Salvador del mundo. Su alegría nace de razones universales porque en ella ha ocurrido un milagro que favorecerá a todas las generaciones.
Todos los personajes de la Navidad irradian alegría, menos aquellos que, por su egoísmo, procuran que la salvación se destine a unos pocos… y que nadie, aparte de ellos, sea llamado salvador. Es el caso de Herodes, símbolo del egoísmo salvaje.
Pero, aparte de estos pocos reyezuelos y gobernantes, todos los demás se gozan. Y María no esconde los motivos: estos poderosos, por fin, serán derrotados de sus tronos y los hambrientos (también por fin) serán colmados de bienes (1.52–53). ¡Cómo no iba a saltar Juan el Bautista dentro del vientre de Elizabet!
Para seguir pensando:
«La María teóloga muestra el vientre grávido para ayudarnos a comprender que la teología madura en la espera activa del cumplimiento de la acción de Dios. Es teología con gusto de vocación, vivida en el marco del discipulado que no busca el camino de la cesárea».
Valdir Steuernagel
Oración:
Un informe de UNICEF señala que el problema más grave que enfrenta la región de América Latina y el Caribe en materia de protección de la infancia es la violencia: en las calles, en los sistemas de justicia de menores, en sus propios hogares y en cualquier forma de explotación y abusos sexuales. Clamemos al Señor para que la esperanza de que todo niño y todo joven de nuestro continente será tratado con justicia y colmado de bienes nos dé el coraje para luchar contra cualquier sistema, acción o persona que los violente. Pidamos porque la alegría que trae saber que Dios ya está entre nosotros nos desafíe a procurarles bienestar físico, salud emocional y una vida en la esperanza de Jesús y la justicia de su reino.
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