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jueves, 29 de noviembre de 2012

Diálogo para la comprensión



Estimados y estimadas*.
Me llamo Antonio Ibáñez Olivares, nací en el centro de Sabadell -lo que deja una huella imborrable-, donde siempre he vivido. Soy licenciado en Filosofía y Letras por la UAB, y contable. Pertenezco a la Iglesia Española Reformada Episcopal (de inspiración anglicana), cuya parroquia en Sabadell es la Iglesia de Cristo, de la Calle del Sol. Nuestra pastora, Susan Woodcock, nos dejó hace unos meses, y desde aquí aprovecho para rendirle un sentido homenaje.
La meditación que a continuación expondré trata de identidades y de pertenencias, según las definiciones que el escritor libanés Amin Maalouf hizo en el primer capítulo de su libro Las identidades que matan, que fue publicado en catalán el año 1999, y se puede encontrar en las bibliotecas de Sabadell. Me fue encargada por el Grupo de Diálogo Interreligioso de Sabadell, que forma parte de la Asociación Catalana de la UNESCO para el Diálogo Interreligioso, que a su vez aglutina un buen número de entidades y de iniciativas dedicadas a tal fin: la comunicación entre religiones.


Me gustaría pedir la comprensión de todos ustedes para que entiendan positivamente lo que diré, ya que, al encontrarnos en plena campaña electoral, cualquier relación con la contienda partidaria –por otra parte, perfectamente legítima- es pura coincidencia. Ésta quiere ser una reflexión cívico-religiosa, por no decir de mera urbanidad.
Entrando en materia, “pertenencia” (en el sentido de “vínculo”) equivale al relación entre una persona y un grupo, mientras que la “identidad” de una persona está formada por el conjunto de sus “pertenencias”. Por ejemplo, si un conocido nuestro, de ficción, a quien llamaremos John White, dice: “nací en Boston y soy blanco”, está definiendo su pertenencia a un grupo de personas, probablemente a la de los más antiguos colonizadores de América del Norte, toda vez que fueron ingleses quienes fundaron la región de Nueva Inglaterra, de la que Boston es ciudad capital. Además, su afirmación lleva implícita la pertenencia a un tipo de cultura: la cultura anglosajona de aquellos primeros emigrantes. John Smith también podría decir que asiste todos los domingos al culto de su iglesia metodista, y también que trabaja como gestor de hipotecas en el First National Bank. Por lo tanto, el amigo John tiene como mínimo tres pertenencias, que, juntas, identifican su identidad y la de un conjunto de personas, o “tribu” (los varones blancos, anglosajones, y protestantes), que durante siglos han sido la casta dominante en los Estados Unidos de América. Mientras John sea consciente de que su identidad es compleja, porque está formada por la pertenencia a diversos grupos (imaginemos que, encima, fuera homosexual o comunista), y se dé cuenta de que su identidad puede cambiar por eventos repentinos (como por ejemplo, la pérdida del trabajo, y, por tanto, de su situación social), se mantendrá, en relación con otras personas o grupos de personas, en una posición prudentemente pacífica y relativamente abierta. Pero, cuando, por cualquier circunstancia, una sola de las vinculaciones, en especial la pertenencia a la “tribu”, se imponga exclusivamente sobre las otras hasta identificarse como el único rasgo de la identidad, se iniciará un movimiento muy peligroso que puede llevarle a él y a a miles de John White a la agresión, con la excusa de la defensa de la propia identidad (“tribu”). Y -pueden estar seguros- pronto surgirá el líder más o menos carismático que se pondrá al frente de dicho movimiento. ¿Me siguen?
Por desgracia, lo que acabo de explicar como una teoría ya sucedió en la realidad: así, cuando la clase dominante americana, los “wasp” (white, anglo-saxon and protestant) sintieron amenazado en 1965 su poder convirtieron la pertenencia a la nación americana en su rasgo identitario dominante (olvidando, por cierto, su condición de cristianos, que obliga a un comportamiento amoroso y pacífico con todos); surgió un líder, el presidente Jonson -quien, paradójicamente, en 1964 había firmado la Ley de Derechos Civiles, que suprimía la segregación de los negros, y muchas otras leyes sociales- y se lanzaron a una dura guerra de exterminio de la amenaza que percibían, con razón o sin ella, en Vietnam. Probablemente nuestro amigo John White entonces se habría alistado como voluntario, haciendo pasar su pertenencia a la nación por encima de su pertenencia religiosa cristiana, que como he dicho prescribe el amor y la fraternidad entre las personas de todo el mundo.
Pero deberíamos tener mucho cuidado y no demonizar ni a los americanos ni a nadie, porque todos, si nos hiriesen en nuestra  identidad (nacional o religiosa), podríamos pasar en un instante de mártires a verdugos. Veamos, si no, el caso del pueblo judío, que en menos de una generación, habiendo sufrido el holocausto, impuso un duro sistema de segregación a los palestinos de origen árabe porque los consideraba una amenaza para su supervivencia como estado y nación.
Todo lo que he dicho hasta ahora puede aplicarse ce por be al fenómeno religioso. Lo volvemos a ver en la cruzada contra el Islam a raíz del atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, que en Occidente ya desató una ola de pánico y de sospechas contra cualquier expresión musulmana, y, en el Medio Oriente -como reacción- un fuerte espíritu de venganza contra Occidente. Esta es la realidad en la que nos movemos. ¿Pero es inevitable, esta realidad?
Permítanme que, al menos por un día sea optimista. Yo estoy convencido de que los hombres y las mujeres inteligentes se encaminaran por el terreno del entendimiento y verán que el color de la piel, la cultura, la lengua, el país o la religión del otro no son -tomando la metáfora de Maalouf- ni una página en blanco, en la cual se pueden pintar garabatos, ni una página terminada e impresa, intocable, sino una página a medio escribir.
La palabra clave es “diálogo”. El diálogo implica un contrato moral en virtud del cual se produce un intercambio que permite averiguar  -sin renunciar las propias vinculaciones- qué es lo que, a pesar de formar parte del otro, puede ser valioso para mí, y viceversa. El diálogo profundo y sereno, permite también que nos escuchemos. Y mientras nos escuchamos no guerreamos, y mientras nos escuchamos trabajamos para la comprensión, que es consecuencia del diálogo, tal como el lema del encuentro de hoy propone.
Muchas gracias y que Dios nos bendiga a todos.
(*) Meditación pronunciada originalmente en catalán en el XII Encuentro Interreligioso de Sabadell, celebrado en el Casal Pere Quart de esta ciudad día 17 de noviembre de 2012. Traducción del autor.
Fuente: Lupa Protestante.
Para ponerse en contacto con la Iglesia de la Trinidad pinche aquí: IGLESIA DE LA TRINIDAD-CÁDIZ

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