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jueves, 14 de marzo de 2013

¿Reformar la iglesia o la iglesia reformada?




Escribo estas líneas en el momento que suenan las campanas y el humo blanco de la “fumata” anunciando la elección del nuevo papa. Estuve en la mañana ordenando las notas para este artículo que deseo compartir exactamente para este momento histórico. Escribo como pastor y teólogo protestante, y es desde esa tradición que deseo compartir mis reflexiones.
El tema central que quiero exponer, en  base a la pregunta que titula este artículo, resalta la tensión dinámica entre lo que se entiende por “reformar o renovar”, que sería en síntesis la perspectiva católico-romana, como fue planteada particularmente en el Concilio Vaticano II (1962-1965), la discusión que suscitó y las cuestiones que todavía provoca. Por otro lado, planteo lo que han sido históricamente las posturas protestantes desde el arranque de la reforma protestante del XVI hasta nuestros días. Destacamos el análisis de algunos teólogos protestantes y católicos prominentes, con la sola pretensión de comunicar las preocupaciones legítimas que plantean, sin afán polémico.
En las últimas semanas hemos estado escuchando a periodistas, líderes religiosos de distintas confesiones, y no pocos jerarcas católico-romanos, mencionar la frase “ecclesia reformata, semper reformanda”. En realidad este concepto fue enarbolado por teólogos de la llamada tradición reformada originada con la reforma de Ulrico Zuinglio y Juan Calvino. Martin Lutero enfatizó lo que muchos han denominado el “principio protestante”.
Los reformadores clásicos Lutero, Zuinglio y Calvino,  y el movimiento de la reforma radical que incluyó a líderes como Menno Simons y Tomás Muntzer, todos promulgaron un principio fundamental que concibe a la iglesia como la presencia viva de Cristo a través de su palabra, el evangelio. Allí donde el evangelio es proclamado Cristo está presente y donde Cristo está presente la iglesia existe. Lutero incluso insistió en la viva vox evangelii como señal de esa existencia y presencia por la palabra y el sacramento. Calvino subrayaba que donde la palabra es predicada y los sacramentos administrados, por el testimonio del Espíritu Santo, Cristo está presente. [1]
El “principio protestante” fue ampliamente expuesto por el teólogo luterano Pablo Tillich. Su libro La era protestante (cuya versión original en inglés data de 1948) exponía este concepto como un principio crítico que pasaba juicioso, en tesitura profética, sobre las propias formas en que el protestantismo se institucionalizaba y olvidaba su germen de protesta y desinstalación. Tillich lo expresó sucintamente así:
El principio protestante es juez de toda realidad religiosa o cultural, incluyendo la religión y la cultura que se denominan a sí mismas ‘protestantes’. [2]
El teólogo católico José M. Gómez–Heras, plantea que el protestantismo clásico, y particularmente Martin Lutero, asume el principio protestante en una dimensión dialéctica entre el sí evangélico y el no protestante. En esa tensión la reforma protestante intenta articular su crítica al catolicismo del siglo XVI y la búsqueda de una verdad evangélica basada en la Palabra y en la centralidad de Jesucristo como manifestación plena de la buena noticia, en la justificación por la fe en la gracia.[3]  El teólogo católico latinoamericano Juan Luis Segundo reaccionaba a la propuesta de Tillich escribiendo que ”el llamado por Tillich ‘principio protestante’ no es en realidad otra cosa que el principio cristiano a secas”. [4]
Jaroslav Pelikan, historiador y teólogo, formuló la distinción destacando lo que él llamó “la sustancia católica y el principio protestante”, destacando que en Martin Lutero existe una afirmación de la “catolicidad de la iglesia” como una de sus notas o marcas distintivas.
Hay que recordar que la reforma wesleyana, que promovió Juan Wesley, surge en la Iglesia de Inglaterra (Anglicana) como una búsqueda de lo que el propio Wesley en todos sus sermones y escritos resaltó como el “espíritu católico”. [5] Juan Wesley era un “evangélico católico” que cultivó las tradiciones clásicas del cristianismo desde los Padres del Desierto hasta los místicos españoles en la afirmación de una visión renovada, que enfatizó en la doctrina de la santificación, con espíritu ecuménico. [6]
El principio “ecclesia reformata, semper reformanda” proviene originalmente de la llamada tradición de iglesias reformadas, particularmente de la tradición reformada en Holanda, que como “segunda reforma” en el siglo XVII insiste que la iglesia debe constantemente  examinarse y renovarse en la autenticidad de la doctrina evangélica y su práctica pastoral. El intento es desacralizar y advertir todo elemento de idolatría en la iglesia y la sociedad.
El eminente historiador de la Reforma Protestante, Wilhem Pauck lo destacó así:
Los protestantes siempre han reconocido que la situación histórica concreta en la cual se encuentran es donde se la ha de rendir obediencia a Dios, pero al mismo tiempo, su espíritu profético les ha movido a criticar, en el nombre de Dios, todo intento de otorgarle a cualquier logro histórico un carácter permanente y a considerarlo sacro por su alegada permanencia…[Así,] han mostrado un gran ánimo para las reformas religiosas cuando una tradición histórica, particularmente una eclesiástica, amenaza con convertirse en un fin en sí. [7]
El factor profético se subraya  como complemento en obediencia a Dios, relativizando los procesos históricos sin que pierdan sus densidad e importancia. En ello las propias iglesias protestantes deben asumir este reto en constante conversión y renovación.
Hay que recordar que el papa Juan XXIII al convocar el Concilio Ecuménico Vaticano II insistió en el principio del “aggiornamento”, la puesta al día de la iglesia para enfrentar los retos de la modernidad y la búsqueda de estructuras eclesiásticas pertinentes en el siglo XX. La iglesia debía renovarse, abrirse al mundo y la sociedad moderna con renovado espíritu, para servir mejor, incluyendo el ser una “iglesia de los pobres”, como el propio Juan XXIII lo predicó en 1962.
La otra tensión importante es la que existe entre la institución y el Espíritu. Esa tensión ha existido siempre en la vida de la iglesia desde el Nuevo Testamento hasta hoy. Para las iglesias reformadas esa dinámica ha sido muy importante. Ello significa que la reforma de la iglesia no es un mero trámite burocrático-institucional, ni una operación administrativa que busca la eficiencia. Es vivir en la impronta de la fuerza del Espíritu que dirige, ayuda a discernir y plantea nuevas maneras de responder al Evangelio. La iglesia debe articular su vida litúrgica, su doctrina, su ministerio y su misión en la Misión de Dios y no en su propio proyecto institucional.[8]
La tradición pentecostal insiste en la dimensión renovadora del Espíritu Santo y su llamada a la libertad para los y las creyentes y la comunidad de fe. La iglesia vive a la expectativa del factor sorpresa que la renueva, la anima y la equipa para discernir su vida y misión por los dones del Espíritu. [9]
Debemos recordar aquella sabia distinción que hiciera el teólogo reformado Oscar Cullmann cuando señalaba que parte de lo que podemos aprender de la iglesia primitiva en mantener en tensión creativa lo institucional y lo carismático. Cullmann lo denominó “la libertad del Espíritu y la disciplina litúrgica”. [10]
En este instante que intento finalizar este breve artículo se anuncia la elección del Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, Argentina, Jorge Mario Bergoglio, como el Papa Francisco I. Las primeras reacciones son de sorpresa y entusiasmo. Nos ha recordado al Papa Juan XXIII. Ojalá se deje guiar en una dirección de renovada visión para la Iglesia. Le deseamos una gestión pertinente y adecuada para estos tiempos aciagos en las iglesias y en el mundo.
Al final del día la iglesia debe caminar hacia el reinado de Dios y cumplir su Misión en el mundo. Esa es la verdadera motivación de una “ecclesia reformata, semper reformanda”.
¡Ven espíritu, renueva toda la creación! ¡Renueva las iglesias!
Carmelo Álvarez – 13 de marzo de 2013


[1] Carmelo Álvarez, El ministerio de la adoración cristiana: Teología y práctica desde la óptica protestante (Nashville: Abingdon Press, 2012), 37-44.
[2] Paul Tillich, La era protestante, trad. por Matilde Horne (Buenos Aires: Editorial Paidós, 1965), 246.
[3] José M. Gómez-Heras,  Teología Protestante. Sistema e historia (Madrid: BAC, 1972), 3-50.
[4] Juan Luis Segundo, El dogma que libera (Santander: Sal Terrae, 1989), 308.
[5] Justo L. González, Juan Wesley: Herencia y promesa, (Hato Rey, Puerto Rico: SEPR-Publicaciones Puertorriqueñas, 1998), xi.
[6] Albert C. Outler, Teología en el espíritu wesleyano trad. por Emmanuel Vargas Alavez (Nashville: Abingdon Press, 2006), 43.
[7] Citado en Richard Shaull, La Reforma y la Teología de la Liberación trad. por Ashton J. Brooks(San José: DEI, 1993), 68
[8] Hendrikus Berkof, La doctrina del Espíritu Santo trad. por José Míguez Bonino (Buenos Aires: La Aurora, 1964), 45-70.
[9] Carmelo Álvarez, ed. Pentecostalismo y liberación (San José: DEI, 1992).
[10] Citado en Carmelo Álvarez, Celebremos la fiesta: Una liturgia desde América Latina (San José: DEI, 1986), 65.

Autor/a: Carmelo Álvarez


Carmelo Álvarez, misionero y profesor de la historia del cristianismo. Es conferencista y asesor teológico como consultor en educación teológica en Latinoamérica y el Caribe, nombrado por la Junta de Ministerios Globales de la Iglesia Cristian (Discipulos de Cristo) y la Iglesia Unida de Cristo en Estados Unidos. Fuente: Lupa Protestante.

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