El 9 de abril de 1945, se recuerda la muerte de Dietrich Bonhoeffer, quien en vida fue pastor y teólogo de la iglesia luterana de Alemania.
A este erudito, que se ordenó y doctoró a los 21 años, escritor de varios libros, se le conoce por su coraje y compromiso cristiano. Cuando la Iglesia Católica guardó silencio y las iglesias cristianas protestantes se mantuvieron al margen promoviendo la “neutralidad” ante el régimen tirano y déspota que pretendía levantar Hitler, Bonhoeffer consecuente con su discurso, levantó su voz.
Tuvo la oportunidad de quedarse en los Estados Unidos en medio de los albores que pronosticaban una Guerra Mundial. No obstante, prefirió regresar a su amada tierra a cuidar del rebaño que Dios le había entregado. Estuvo a cargo de un seminario que fue clausurado por la Gestapo. Se le prohibió hablar y enseñar, pero obediente a su llamado continuó sus labores de manera clandestina.
Acusado por complicidad para matar a Hitler, Bonhoeffer fue arrestado y pasó sus dos últimos años de vida en una cárcel en Berlín esperando su sentencia final. Allí se dedicó a producir varios de sus libros que hasta hoy conocemos.
Entre ellos sobresale: “El Costo del Discipulado”, una joya literaria cristiana. La tesis de esta obra es una exposición a la luz del Sermón del Monte en Mateo capítulo 5. Su argumento, evidenciar lo que significa profesar una fe abstracta, legalista y desencarnada del verdadero compromiso y la transformación que exige Jesús como el corazón del Reino de Dios para sus seguidores.
Una fe que no toca el alma ni la consciencia, un cristianismo sin Cristo y sin cruz, es una fe estéril, inútil y hueca porque al final no es sostenible. A esto Bonhoeffer lo llamó: “la gracia barata”.
“La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la Comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado” (pág.16).
A los 73 años de que este pastor escribiera estas palabras, en un contexto de tribulación por defender su posición, es triste reconocer que en la actualidad algunos sectores caminan por este mismo sendero que pretende abaratar la fe.
La fe se vuelve barata cuando se ofrece como producto de consumo para satisfacer a las masas que buscan un mensaje acomodado a la realidad de sus deseos personales. Cuando se ofrece como espectáculo para un público que desea que se le endulcen los oídos y se le prometa estabilidad para su “Statu Quo” y cuando se promueve la identidad de ser hijo o hija de Dios como una garantía para reclamar las promesas materiales a cambio de una módica suma o transacción monetaria que algunos llaman: “La ley de la siembra y la cosecha”, o el “pacto con Dios.”
Hace poco tiempo observaba a un tele-evangelista latinoamericano. Este enseñaba, (si es que se puede llamar enseñanza), que debíamos reclamarle a Dios por cualquier necesidad material existente y pedirle por el “carro de nuestros sueños como un derecho adquirido por ser sus hijos”.
En sus 30 minutos de exposición, en ningún momento hizo mención a otros elementos presentes en el mensaje apostólico, tal como la justicia, la responsabilidad, la obediencia, el arrepentimiento y el seguimiento como parte integral del discipulado que Jesús vivió, encarnó y demandó.
Estos promotores de estas corrientes corren el peligro de enseñar falsas enseñanzas y por ende, reducir el mensaje a “migas espirituales”. Razón tenía Bonhoeffer al afirmar que la “gracia barata es el enemigo mortal de la iglesia”.
La pasada conferencia mundial Lausana III celebrada en la Cuidad del Cabo en Sudáfrica, se pronunció en contra de la mala interpretación bíblica y hasta la manipulación que se ha hecho para alimentar el materialismo. Uno de los expositores mencionó en su discurso titulado: “Dios promete bendecir a su pueblo”, que el evangelio de la prosperidad distorsiona la bendición en el sentido que sólo lo ubica como bendición material.
Otros comentarios en Lausana III fueron: “No podemos utilizar la opción de comprar la gracia de Dios y esto es lo que hace el evangelio de la prosperidad…” “Dar es parte de nuestra adoración, pero el evangelio de la prosperidad hace que el dar sea una actividad transaccional”, comentó otro expositor africano y puntualizó: “A los creyentes se les enseña que cuando hacen una ofrenda a Dios pueden esperar una rentabilidad determinada. Pero Dios bendice de acuerdo con su sabiduría y no necesariamente con la riqueza material.”
Como creyentes no podemos permanecer callados ante estas falsas enseñanzas que continúan permeando a la iglesia y encarecen la fe. Pero lo más preocupante es que continúan arrastrando a miles de seguidores a beber de estas aguas turbias e ilusorias. Y aún más preocupante es que están dejando un legado a las próximas generaciones de un discipulado que en nada refleja el corazón del Reino.
Bonhoeffer no calló porque reconoció que su deber como discípulo del Señor era pronunciarse. ¿Acaso Dios espera algo menos de cada uno de nosotros hoy en día?
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