Los Sacramentos son dos:
Bautismo, y Comunión o Santa Cena del Señor.
El Bautismo es un signo, que nos ha sido dado para testimonio de que nuestros pecados son perdonados (''Juan vino por toda la tierra alrededor del Jordán predicando el bautismo del arrepentimiento para la remisión de los pecados'' Lc. 3:3), y para sellar en cada uno de nosotros, personalmente, el Pacto hecho con el hombre en la cruz de Cristo, merced a cuyo Pacto somos admitidos como hijos de Dios en su Iglesia (''Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos'' Gál, 3:26,27), y recibimos el don de la vida eterna (''Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente la simiente de Abraham sois, y conforme a la promesa, los herederos'' Gál. 3:29).
El agua que se emplea para el Bautismo simboliza que, así como nos servimos de agua para lavar la suciedad del cuerpo, así también Cristo, con su sangre derramada sobre la cruz, lava la suciedad de nuestras almas, es decir, el pecado.
''Esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados'' Mat 26:28.
La Comunión o Santa Cena del Señor es un signo dado a los creyentes, por el cual recordamos que Jesús se ofreció por nosotros en sacrificio, siendo crucificado y muerto por nuestra salvación, y por el cual recibimos también confirmación de la promesa de vida eterna, dada por Dios a los que le aman.
''Todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa la muerte del Señor anunciáis hasta que venga'' 1ª Cor. 11:26.
El vino que bebemos en la Comunión simboliza la sangre por nosotros derramada, de nuestro Señor Jesucristo.
A participar de la Santa Comunión debemos acercarnos con humildad, dando gracias a Dios por el don preciso de su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, confesándole nuestros pecados, y pidiéndole que nos bendiga con el don del Espíritu Santo. ''Pruébese cada uno a sí mismo y coma así de aquel pan y beba de aquella copa'' 1ª Cor. 11:28).
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Ni más, ni menos, ni menos, ni más. Así es como lo instituyó nuestro Señor, y así es como lo celebramos, en plena fraternidad los unos con los otros. No caben más ni menos interpretaciones, ni comemos ni bebemos el cuerpo o la sangre de Cristo. Lo hacemos en conmemoración de Su muerte gloriosa por la que fuimos totalmente perdonados una vez y para siempre. AMÉN.
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